Del Pesebre al Calvario

23 Dec

Por Jaime Torres Torres, Periodista

El letrero en la vitrina de una conocida cadena de farmacias anunciaba que los adornos de Navidad estaban a la venta con un 50% de descuento.

(Foto/Suministrada)
(Foto/Suministrada)

Restando poco menos de una semana para el 25 de diciembre, pensé que se trataba de una ganga. Detuve la marcha, me estacioné y entré al local en busca de un baratillo.

Con avidez, intenté acaparar una de las góndolas cuando repentinamente, como un imán, mis manos fueron atraídas por un objeto inesperado: una imagen de Cristo crucificado.

La miré por delante y por atrás. No tenía precio. Tampoco el código que se le asigna a los productos de consumo. Y pregunté: Señor, ¿qué hace aquí esta cruz solitaria entre tantas coronas de adviento, arreglos de pascuas, figuras de Santa Claus, árboles, trineos, candelabros y pesebres? ¿Quién te colocó aquí? ¿Qué precio tienes?

La coloqué en el anaquel y la volví a tomar. De repente, me sentí como en una encrucijada: ¿La compro o no la compro?

Finalmente salí de la farmacia con un arreglo de pascuas artificiales y un pensamiento que taladraba mi conciencia: ¿qué hacía Cristo crucificado entre tantos adornos de Navidad?

De noche, al sintonizar las noticias, encontré la primera de un sinnúmero de respuestas a mi interrogante. Aquella imagen del Cristo Crucificado era la representación perfecta de los miles de trabajadores que esta Navidad no recibieron su bono.

Aquella imagen del Cristo Crucificado era la representación perfecta de las familias que pagan los platos rotos de la quiebra gubernamental.

Aquella imagen del Cristo Crucificado es la imagen más elocuente y fiel de un gran sector del País que relativiza y trivializa la existencia de Dios,

Aquel, que en la plenitud de los tiempos amó tanto al hombre que se abrazó a la humanidad a través de la encarnación de Jesús en el vientre inmaculado de María de Nazaret.

Con aquella cruz en mis manos, conciencia adentro me parecía escuchar al Señor diciendo: “Hijo, aunque es Navidad, fíjate que parece más un Viernes Santo…

Porque los hombres se esmeran por adornar e iluminar sus casas y exhibir sus mejores galas, pero por dentro viven en tinieblas… Porque en su afán por comprar la felicidad, los hombres se esclavizan al yugo de las tarjetas de crédito… Porque los hombres reducen mi mandamiento de amor al prójimo al cumplido y la impersonalidad de un regalo comprado a última hora o a una postal sin firmar…

Porque los hombres se hartan de manjares, bebidas y golosinas, cuando hay semejantes que no saben lo que es saborear un tembleque…

Porque los hombres madrugan para desbordar los centros comerciales pero no se sacrifican para asistir a una misa de aguinaldo…

Porque abastecidos hasta reventar en la cena de Nochebuena, pocos hombres se acuerdan de los deambulantes que debajo del puente o en la plaza padecen hambre y frío…

Porque los hombres siguen siendo cómplices de la matanza de inocentes de Herodes con su silencio e indiferencia ante la ola de abortos… Porque entre tantos intercambios de regalos carísimos pocos hombres se acuerdan de los semejantes que a pocas horas de aquí sufren en Haití…

Porque en la Misa de Gallo algunos hombres me comulgan con aliento a licor… Hijo, Porque los hombres sencillamente no me conocen…”

Mi mente se quedó en blanco. Y tras un silencio prolongado, reconocí: “Es cierto, Señor, esta Navidad parece un Viernes Santo… Es como si, en un abrir y cerrar de ojos, recorriéramos el camino del pesebre al calvario… Señor, regresaré a la farmacia a buscar la Cruz, para conservarla como un recordatorio de que la Navidad no es sólo fiesta, jolgorio y celebración, sino que para muchos es dolor y tristeza, merecedores del consuelo de tu amor…”

“Noche de paz, noche de amor
Ved que bello resplandor
Luce en el rostro del niño Jesús
En el pesebre del mundo la luz
Astro de eterno fulgor…”