Mi Mundillo Interactivo: Cómo manejar el rechazo

18 Jun

Por: Gina Delucca
Escritora Invitada

¿Por qué? ¿Por qué me rechazaban? Si yo hubiera sido tuerta, mellada y con la nariz llena de verrugas, entonces se entendería. Pero no entendía por qué.

Me ha pasado tantas veces. Llego a un escenario nuevo y hay alguien que por alguna misteriosa razón, sin yo haberle hecho ni dicho nada desagradable, me rechaza. Los análisis y las teorías de los demás no se hacen esperar. Que si celos profesionales. Que si problema territorial. Que si discrimen por edad, sexo, religión o lo que sea. Alguna verruga vio esa persona en mi nariz (que de por sí es larga y puntiaguda) que decidió rechazar todo el “paquete” en vez de sólo la nariz. Sé que muchos se identifican.

Y antes de que se me olvide mencionarlo, hay dos tipos de rechazo. El ganado y el gratuito. Cuando hacemos o decimos cosas desagradables y ofensivas, es lógico que recibamos rechazo. Me ha pasado. Pero que nos demos cuenta que ese rechazo es por culpa nuestra son otros veinte pesos. Ese es el rechazo ganado (por no decir “merecido”).

Pero hay rechazo inmerecido, el gratuito. Es cuando te rechazan por cosas que están fuera de tu control, como tu raza, tu sexo, tu edad. A veces nos rechazan por cómo pensamos o porque sabemos más o menos. Y aunque estas cosas sí están bajo nuestro control, son características neutrales que no se supone que ofendan a nadie.

La jornada social, desde que nacemos, es una que oscila entre rechazo y aceptación. El bebé—egocéntrico por naturaleza—se siente rechazado por todo lo que no puede darle placer y comodidad. Y aceptado por el abrazo y el contacto de mamá. En la medida en que los niños crecen, la disciplina se ejecuta con rechazo y aceptación. Pero si no se hace con sabiduría, puede haber confusión. Porque si no se le comunica bien que su acción es la que está mal, pero él/ella eres amado/a, creerá que por sus acciones reprensibles no es amado/a. Ahí vienen los problemas de baja autoestima y tantos otros.

El buen padre le hace saber al niño que lo que está rechazando es su mala acción, no a él como persona. Suena lógico, pero no es tan universal como quisiéramos. Y si nos ponemos a pensar, así es el amor de Dios, como un buen padre. Nos reprende y nos coarta la bendición cuando estamos mal, pero no deja de llamarnos hijos suyos y de mostrarnos su amor.

Todos hemos sido rechazados, justa o injustamente. Y no nos sentimos bien. Por eso debemos aplicar la Regla de Oro. Aún cuando el rechazo se deba a un error que la otra persona cometió, si nos llamamos cristianos, debemos rechazar la acción, no la persona. Nadie dijo que era fácil. Pero se puede…

Y con el rechazo hay leyes universales. Si rechazas mucho, te rechazarán. En cambio, si aceptas, te aceptarán.

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