Mi Mundillo Interactivo: Yalnabitas

20 Aug

Por Gina Delucca
Escritora Invitada

Las bocinas sonaban. El pasado sábado, en el pedacito de la Ponce de León en el casco de Río Piedras donde las librerías hacen literalmente su agosto en el back-to-school, una guagua modelo “Montañés” estaba mal estacionada. Y otra guagua, esta siendo de la AMA, no podía pasar. Yo cogía mi turno en una librería para luego salir a hacer la fila en otra cuando una mujer entró y dijo: “El dueño de una Montañés color verde oscuro tiene que moverlo porque la guagua de la AMA no puede pasar y ya mismo viene la Policía”.

Nadie se levantó para salir.

Cuando salgo de esa librería y camino hacia la otra, veo la escena. La milla de la Ponce de León que cruza por Río Piedras tiene sólo dos carriles. Esta persona, por sus pantalones, se parqueó a sus anchas en la calle. Llego a la otra librería, cuya fila ocupaba parte de la acera, y las bocinas seguían su gritería. Otra mujer advirtió en voz alta que si alguien era el dueño de la Montañés, etc. Nadie tampoco salió.

Pasaban los minutos. Crecía el tapón. El chofer de la AMA tranquilito en su asiento como si nada. La gente se empezaba a arremolinar en las aceras aledañas, velando a ver quién salía a mover la Montañés. Hasta que por fin, salió la señora con su hija adolescente. Ella le gesticuló algo al chofer y en lo que se montaban en la guagua alguien en la fila dijo: “Mamá Yal y Baby Yal”.

Hubo risas. En eso se montaron rápidamente a su guagua y chillaron gomas hacia fuera del área.

Bueno, una señora de sus cuarenta y pico con los senos grandes y pantalones pega’os, y su hija también con sus mahones pega’os y camisita corta…. No necesariamente son yales. Es más, las yales no tienen a sus hijos en escuelas privadas. O sea, no tienen que ir a Río Piedras a comprar libros porque ya nuestros impuestos, el IVU y los fondos federales se los compraron. Entonces, ¿por qué el comentario?

En realidad era señalando la cafrería. Así lo constataron los padres y los estudiantes que estaban en la fila y se tiraron el show. Una señora hasta llegó a comentar, de modo despectivo, que era una guaynabita. Me tocaron el botón, porque yo soy una guaynabita, con sentido común y conciencia social, y también con urbanidad. Llamar a una mujer yal, así como llamarla guaynabita, tiene una carga de prejuicio social.

Funciona en ambas direcciones.

Así que otra señora de la fila intentó armonizar la crítica comentando que la cafrería no tiene raza ni clase social. Que se puede ser una guaynabita y ser cafre y ordinaria, o fina y educada.

“Pues esa señora era una yalnabita” dijo otra persona en la fila. Todos se rieron.

La cafrería habla más de la gente que el carro caro, la cartera de marca, los zapatos de diseñador, las uñas con dibujitos o el look rapero. ¿Qué es la cafrería? Estén pendientes a nuestra próxima columna.

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