Reflexión: Jesús venció y tú también vencerás

08 Jun
(Foto/Suministrada)

Dra. Lis Milland

La sicología de Jesús al manifestar la bienaventuranza de que los que lloran serán consolados, subraya que el gozo que le viene acompañado al quebrantamiento es inevitable. Es decir, después de la crucifixión, viene la gloria y la resurrección.  Jesús no se quedó en la cruz, tú tampoco. Jesús venció, tú también vencerás.

Muchas de las experiencias tristes que llegan a nuestra vida ocurren sin nosotros tener control de ellas, pero dejar de disfrutar el gozo del consuelo sí puede ser nuestra decisión. Es abrazarnos a la cruz y no querer soltarla. Esto es así cuando preferimos el rol de víctimas en lugar de vivir una identidad de victoria. No veo a un Jesús víctima cuando se enteró de la muerte de su amigo Lázaro. Lloró porque sintió compasión, lo que nos hace ver que aun siendo el maestro una figura pública ministerial se dio el permiso de sentir y ventilar sentimientos, sin importarle que otros lo vieran.  Pero asumió control de la tristeza cuando decidió creer que eso que estaba ocurriendo serviría para que otros creyeran en el poder de Dios. Jesús en medio de su tristeza experimentó la seguridad de que el padre estaba en control, que no le fallaría y tuvo la confianza de que al final todo estaría bien.

Disfrutar del gozo de la consolación es una elección que solo nosotros mismos podemos tomar. No depende de ninguna otra persona. Puede ser que tengas personas a tu alrededor tratando de alentarte y darte esperanza, pero si tú no quieres, nada va a suceder para la transformación en tu interior. Lo que revela Jesús a los que lloran cuando él sabía muy bien lo que es llorar y sufrir es que el gozo del consuelo no tiene que depender de la cantidad de tristeza que se enfrenta.  Experimentar el consuelo de Dios no puede ser aplastado por el dolor, desilusiones, traiciones, pérdidas o heridas. Reconozco que hay experiencias que verdaderamente nos conmueven y nos confunden, pero finalmente se puede abrazar la fuente inagotable del consuelo de Dios.  Esto fue lo que le ocurrió a una valiente paciente con quien he estado interviniendo.

Cuando llegó a terapia se había casado hacía pocos meses con el amor de su escuela superior, luego de un noviazgo de aproximadamente seis años. Su esposo era una persona extremadamente buena, caritativa, amable y servicial con todo aquel que conocía. La paciente identifica que cuando se casó sentía que su vida se encontraba en su punto máximo de felicidad, pues ambos habían obtenido un grado universitario y un empleo en su profesión. Pero en solo unos meses su vida dio un giro dramático porque su esposo fue asesinado. Para ella, inicialmente, fue una tragedia; la peor experiencia que podría haber experimentado. Durante meses se encontró perdida, triste y con mucho coraje con Dios. Le cuestionó a Dios, una y mil veces la misma interrogante. Le decía que si siempre se preocupó por hacer el bien, ¿por qué le sucedió esto? ¡Qué difícil se le hacía levantarse sabiendo que su esposo no estaría más junto a ella en este plano terrenal!

Por mucho tiempo no podía creer que todo esto fuera cierto y no podía resignarse a perderlo. Manifestaba que durante mucho tiempo sentía literalmente un hueco inmenso en su corazón. Le dolía tanto vivir así, sin su esposo. Cuando le pedí a la paciente que me describiera cómo era su esposo me dijo que era de esas personas que realmente la entendía y fue la persona que la llevó de la mano a todos los lugares, incluyendo el altar. Ella se aferraba a la idea de seguir en la misma situación, en aquel hoyo profundo.

Cuando en el proceso terapéutico le proponía que realizáramos ejercicios para dejarlo ir, se resistía porque era como perderlo para siempre. Luego de una gran batalla espiritual, una infinidad de preguntas, reclamos hacia Dios, sumergirse en una tristeza inmensa, decidió buscar ayuda y comenzar a asistir otra vez a la iglesia. Ahora puede decir que ha visto el consuelo de Dios y de cómo poco a poco está experimentando la transformación de lo que fue una gran tragedia en su vida y le ha sacudido el polvo al desierto. Aún se encuentra en el proceso de sanación, pero confía en que todo obra para bien, para aquellos que creen en Jesús y que finalmente vencerá.  Ha logrado reconocer que en sus peores días el señor ha estado ahí.