Reflexión: El cuarto mandamiento

20 Jun

(Foto/Archivo)

Drs. Carlos & Vidalina Echevarría
Psicólogos, pastores y consejeros cristianos

Dios nos manda a amarnos unos a otros (Juan 13:34). Los mandamientos del Señor se resumen todos en un nuevo mandamiento y este es el del amor. Dios siempre nos da un ejemplo cuando nos da una orden. 1ra de Juan 3:1 nos lo demuestra diciendo: “mirad qué amor tan grande nos ha dado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios”.  Y lo somos, somos semejantes a él. 

Dios nos ama a nosotros y nosotros no debemos tener miedo de amar. 1ra de Juan 4:18 nos dice que Dios es amor y en el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor, porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor. Nosotros lo amamos a él porque él nos amó primero y pagó el precio de ese amor con la muerte de su hijo Jesús.

Hijo: tienes deberes de amor para con tus padres. El cuarto mandamiento dice: honra a tu padre y a tu madre y este es el primer mandamiento con la promesa de que se alarguen tus días sobre la tierra que el Señor tu Dios te da (Éxodos 20:12). Dios quiere que te vaya bien aquí en esta tierra (Deuteronomio 5:16). El sabio Salomón en Proverbios 6:20 escribió el siguiente consejo tanto a padre, como a hijo “guarda el consejo de tu padre y no abandones la enseñanza de tu madre”. Deuteronomio 32:6 nos habla sobre la paternidad de Dios. En el Antiguo Testamento se le llama Padre a Dios unas veinte veces para designar su dominio absoluto y su autoridad sobre todas las creaturas y su relación como Padre. Un padre, quien da la vida, le provee para su sustento y se relaciona con el hijo, lo escucha cuando le habla, le llena de atenciones y lo protege porque le ama. Nuestro Padre Dios está continuamente junto a nosotros sus hijos llenando nuestras necesidades de amor y seguridad como Padre amoroso.

Todos somos hijos y tal vez todos somos o seremos padres. Nuestra experiencia como padres tiene mucha relación con nuestra experiencia como hijos. En nuestros seminarios y talleres de Sanidad Interior podemos ver en muchas ocasiones la reacción de muchos hijos, así como de padres cuando se toca el tema de la paternidad. Muchas veces cuando les preguntamos sobre el momento más feliz de sus vidas, son muchos los que mencionan el día que vieron nacer o tomaron en sus manos a su primer hijo o hija. Lloran al recordarlo porque en muchas ocasiones la relación paternal se había roto y muchos se rinden y deciden no luchar por verlos, porque les duele el rechazo de sus hijos, y dejan de buscarlos. 

Hay hombres que expresan su dolor y molestia cuando se burlan del Día del Padre y le dicen el día de los perros. También, cuando en los programas de comedia la figura del padre de la casa es burlada y menospreciada. Sabemos que hay muchos hombres que no han sabido honrar su paternidad, pero son los menos. También, hoy mencionamos a aquellos padres que por situaciones de divorcio sufren la pérdida de sus hijos y tal vez se han adaptado a la idea. Por experiencia en las charlas profesionales, vemos muchos padres llorar por no poder tener a sus hijos, ni escuchar de ellos, porque hay sembrado resentimiento en el corazón de sus hijos y cada vez que los buscan le ponen excusas.

Hoy, honramos en este escrito a todos los hombres que han disfrutado del privilegio de la paternidad. Reconocemos a aquellos padres que han sabido llevar en alto su paternidad, ya sea por engendrar hijos o por aceptar ser padres de aquellos hijos que no lo han tenido presente. Ser padre es tan grande que Dios -desde la fundación del mundo- ha sido Padre para todos sus hijos. Si tú te encuentras como padre o como hijo en una de estas situaciones aquí mencionadas, evalúate y muévete a reconocer a esa persona que Dios escogió para que fuera tu padre aquí en la tierra. Tal vez piensas que no se lo merece y quizás tengas razón. Tal vez él esté triste recordándote y no se atreve porque se siente culpable o quizás trató de hacerlo y no pudo lograrlo.

Llámale, perdónale, recuerda el cuarto mandamiento, hónrale y atrévete a amarlo. Verás la diferencia. Ama y perdona si quieres ser feliz. 

¡Dios te bendiga rica y abundantemente!