Creer en Dios y creerle a Dios (Parte I)

03 Mar
(Foto/Archivo)

Rev. Iván Manuel Avilés Calderón
Pastor General Vida Nueva Iglesia, A/D, Inc.

Más ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos: “que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo”. Romanos 10: 8-9

Creer en Dios y en la obra redentora de nuestro Señor Jesucristo es el fundamento de nuestra fe. De hecho, la Biblia nos dice en el libro de Hebreos 11: 6 –Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan.

Ahora bien, si usted amigo lector hace el ejercicio de preguntarle a un gran número de personas a su alrededor si cree en Dios, la inmensa mayoría responderá de manera afirmativa. En Occidente, y en especial en nuestra Isla del Encanto, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que la gran mayoría de su población cree en Dios y en la obra redentora de nuestro Señor Jesucristo.

Sin embargo, no es lo mismo creer en Dios que creerle a Dios. Y por qué digo esto, porque muchas personas que afirman creer en Dios y en su palabra, cuando llega el momento de la adversidad en sus vidas, su estado de ánimo decae y muchas veces comienzan a renegar de su fe en Él, le echan la culpa de su situación o hasta afirman que Dios se ha olvidado de ellos.

Estos pensamientos son producto de una fe débil, muchas veces fomentada por un mensaje adulterado de la palabra, que algunos llaman el Evangelio de la prosperidad, en el cual se realizan expresiones tales como: “Si soy hijo de un rey, tengo derecho a vivir como un príncipe” y, por lo tanto, la vida de un creyente debe estar libre de problemas o adversidades. Nada más lejos de la verdad. Si tomáramos como ciertas tales expresiones, entonces tendríamos que concluir que nuestro Señor Jesucristo no amó a sus apóstoles, ya que todos ellos, excepto Juan el discípulo amado, sufrieron muertes trágicas por causa del Evangelio. Y a pesar de que el apóstol Juan, murió en buena vejez, sufrió grandes percances a causa de su fe.

Cristo no nos prometió una vida exenta de problemas o sufrimiento, de hecho, nos advirtió que el sufrimiento sería parte de nuestras vidas. En el Evangelio según Juan, capítulo 16, verso 33, les manifestó a sus discípulos: Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo.

Cuando Dios es el centro de nuestras vidas y nuestras vidas están arraigadas en Él, no hay situación en nuestras vidas que no podamos afrontar y salir airosos. No por nuestras habilidades, sino por la presencia suya en nuestras vidas. Cuando tomamos la decisión de serle fiel a Dios, no importando las circunstancias y decidimos darle prioridad a nuestra relación con él, estamos en la posición correcta de recibir un milagro.