Julia el álter ego

19 Feb

Por: Sonny Falú/ Para Presencia
sonnyfalu@yahoo.com

Mi tía JULIA ALLENDE decía que JULIA DE BURGOS era su ÁLTER EGO…Y yo nunca entendía eso…

Julia, mi tía, solía declamar a Julia, la poeta,  mientras pintaba, mientras se perfumaba o mientras se fumaba un cigarrillo.  Y cuando visitaba la prima Cecilín (CECILIA ORTA ALLENDE), aquello era para largo…  La habitación-terraza de Julia, la tía, siempre olorosa a  Shalimar, cigarrillos, pintura acrílica y gardenias; ejercía en mí gran fascinación.  Había allí, algo de sabor a cosa prohibida, a riesgo…

El caserón donde residían las tías Allende constaba, en el primer piso,  de una gran sala, comedor, galería, cocina, varias otras habitaciones de diversos usos, y un espacio donde estaba la escalera que conducía a los dormitorios del segundo piso… Era un salón inmenso repleto de libros… Todas  las paredes estaban cubiertas de anaqueles de libros. Ahí conocí a Méndez Ballester, Díaz Alfaro, René Marques, Pales Matos y… busqué a JULIA… La Julia que declamaba Julia –la tía – y que llamaba su álter ego…

Yo  era muy niño, por lo que no entendía lo del alter ego, pero ansiaba tener algún día el mío… Recuerdo inclusive pedir a Dios en silencio que los varones también pudiéramos tener alter egos (porque no sabía si era algo que solo las mujeres podían tener)… Me parecía tan fascinante…

Cuando Julia hablaba de eso, como que un brillo especial la poseía, y entonces recitaba: “Yo quise ser como los hombres quisieron que yo fuese: un intento de vida; un juego al escondite con mi ser. Pero yo estaba hecha de presentes…”, o “Río Grande de Loíza, alárgate en mi espíritu…”

Por esos poemas que transformaban a mi tía Julia  fue que un día me di a la tarea de buscar más de la tal Julia (de Burgos) entre los libros del salón de la escalera.

Mis tías eran siete: Emilia (Milla), Julia, Eva, Marta, Gloria, Petra y Olga.  Mi abuelo, Emilio, un empresario  viudo, mantenía un control férreo sobre las vidas de sus hijas (excepto Julia que era la maestra rebelde, decían). Aun cuando sus hijas eran todas adultas profesionales, a su casa no podían venir hombres enamorados a visitar sin el previo escrutinio y consentimiento del abuelo. Pero con nosotros los nietos era puro alcahuete: nos añoñaba. No nos regaló las nubes porque nunca se las pedimos…

Aquel día en que yo buscaba a Julia (de Burgos) entre los libros, mi abuelo entró (por el salón de los libros también se llegaba a su dormitorio, el único en el primer piso) y me preguntó lo que buscaba.  Cuando le dije, llamó a Julie y le increpó por provocar en mí aquella ansiedad…

Entonces supe que todo lo de Julia (de Burgos) estaba guardado en un ropero del cuarto de Julia (Allende) y recibí el permiso de leerla cuando se me antojara,  lo que a partir de entonces hice muy a menudo,  en la terraza… Pero fue después, demasiado después, cuando entendí lo que era el álter ego… Demasiado después que entendí a mi tía Julia… Demasiado después entendí a Julia de Burgos: “…y el vbhomenaje se quedó esperándome.”